martes, 21 de septiembre de 2010

Yoland

Toda una evolución de millones de años se ha tardado para lograr un acuerdo y conformar en armonía relativa este país, la tierra de Yo, o “Yoland”. Bendita ficción, patria celular, nación molecular nacida del orden en la anarquía ¡Que complicada mitocracia es el yo! Su prehistoria está en las nómades bacterias que formaban sus fortalezas químicas feudales, mitocondrias sometidas a castillos celulares, órganos y sus posteriores sistemas viviendo en comunidades pacíficas para beneficio de sus propios genes.
La organización burocrática necesitó generar consenso; se necesitó educar a las colonias celulares soberanas para aplacar exitosamente tantas subversiones peligrosas. El gobierno cerebral creo una nación plagada de símbolos unificadores que reemplazaran su evidente acefalia, una patria mitocrática llamada “Yoland” inseparable de su gran deidad que a pesar de su inexistencia sintetiza los valores que llevan este país adelante, el dios “Yo”, producción colectiva del conjunto de neuronas.
Engañados sin engaño sobreviven y luchan por su bandera la mayoría de los seres humanos. La incapacidad de poder espiar en la sala real para ver el trono vacío es, paradójicamente, su mismísima fuerza. Pues el premio silencioso delata la inexistencia de todo ente proveedor de recompensa. No hay quien nos espere con la corona de flores y la copa al final de la carrera, no, el premio -si cabe llamarlo así- no es más que generar replicas de Yoland, colonias. El que obtenga placer de tal resultado, tendrá una herramienta extra; el que no, colonizará de todas maneras, sin placer, por ciego mandato de otras células burócratas, o no lo hará, ¿a quién le importa?

miércoles, 21 de julio de 2010

La paloma mensajera



El centro estaba abarrotado de gente, sobre todo gente pequeña, es por este tema de las vacaciones de invierno; las familias con sus niños se amontonan, empujan, y chillan, (agreguemos encima que la gente cuando está abrigada ocupa más lugar) todo se suma al hormiguero que es ya el centro de por sí. Los chiquillos salen de a montones desde abajo de las baldosas y tironean los abrigos de padres aletargados al detenerse frente a los vendedores que pululan las veredas del Luna Park agitando chucherías de Disney princesas, luchando por el paso con los trabajadores que, atraídos por el fenómeno de la hora pico, huyen de sus puestos en bandadas como las ratas frente a la flauta mágica del músico de Hamelin. Yo, como estos otros trabajadores, sólo pensaba en llegar a casa. Para ello debía alcanzar primero la terminal del ciento cincuenta y nueve ahí en el correo, y rezar porque la cola para el ramal dos por acceso no sea tan eterna. Desde lejos todas las filas de personitas que querían tomar el blanquito (así se lo llama cariñosamente al ciento cincuenta y nueve) se veían serpenteando extensas a través de la plaza, era cantado que así sería. Pero había también, para mi alegría, una cola cortita de gente subiendo al B/G (ramal Barrio Gráfico), que de todas maneras me deja bien. Era cortita porque el colectivo ya salía, y estaba que no entraba ni un alfiler, pero así y todo me puse en fila para subir, en una de esas entraba y llegaba más rápido a casa.

Yo ya la había visto subiendo, tenía el pelo largo, negro y tupido, como la crin de una yegua salvaje en un póster de consultorio médico. Cuando se dio vuelta me asusté, era hermosa, pero con cara de mala: ojos negros, pálida y con los labios apretados. Subió, desapareciendo en la multitud y el colectivo empezó a vibrar y moverse, así que me agarré de la baranda y me zambullí en ese pelotero humano. Atrás mío hicieron lo mismo un par de hombres más hasta que, ya con el vehículo en movimiento, el chofer cerró la puerta casi a presión, y así quedé yo apretadito entre varios obreros y directamente enfrentado a ella. No quise mostrarme contento, tampoco enojado con la situación, así que traté de no dibujar expresión alguna en mi cara. Pude notarla sonreír al ver nuestro desesperado intento por alcanzar esos últimos centímetros cúbicos de colectivo. Entonces largué una estupidez: "Al menos no vamos a tener frío", dije, mirando hacia arriba todo el tiempo y su reacción fue soltar un pequeño "jiji" y decir algo en voz demasiado baja para escucharla ¡La había hecho reír! Quizá no era tan mala después de todo.

Viajamos un tramo sin que yo sepa que hacer para no mirarla e incomodarla, pensé en sacar un libro, pero mis manos estaban casi inmóviles sobre el morral. Recién por San Telmo ella comenzó a sacar no sé que cosas del bolso, o a acomodarse el abrigo y me rozó la mano derecha con la suya. Apenas me di cuenta se me puso dura, sin quererlo, quién sabe por qué ¿sería que estaba fantaseando con que ocurriera algo así? Así como llegó, la erección se relajó, fue como un reflejo, una erección de un escolar que es sentado en el mismo pupitre de la compañerita más linda, una erección con olor a cuaderno Gloria. Y de repente siento eso suave y frío otra vez, me había vuelto a tocar; la yegua me estaba provocando, y yo nada, disimulaba perdiendo la mirada en el azul nocturno y las luces amarillas de la autopista que iban desfilando prolijamente a través del vidrio de la puerta. Así, me rozó con sus deditos flacos una y otra vez haciéndome levantar fiebre. Supe que la cosa era intencional cuando me agarró el dedo medio de la mano. Mordí mis labios y seguí mirando hacia afuera. De reojo vi que sonreía mientras me acariciaba la mano derecha que me transpiraba sin tregua, frotaba su manito blanca como buscando calentarse. Cuando me di cuenta, se la estaba llevando hacia abajo del bolso. Un muchacho alto que iba al lado mío estiro el brazo y abrió un poco la ventanilla para que se pueda respirar. Me ponía nervioso pensar que llegara a notar lo empapada en sudor que estaba mi mano y que esto le diera asco, haciendo que se detuviera, pero no se detuvo, no. Se desabrochó disimuladamente unos botones (lo sentí todo al tacto) y acercó mi mano ansiosa a su pubis; éste emanaba un calor sofocante en total contraste con el aire invernal que soplaba afuera del colectivo, en la autopista. En ese momento pensé que me estallaba el cierre, mi erección se había vuelto violenta, volcánica, desnuda de la inocencia anterior. Mientras tanto, con la yema de los dedos sentía la tersa aspereza de sus vellos púbicos e imaginé una fragancia agridulce. Me llevó más abajo, hasta que pude notar la suavidad de su sexo, ofreciéndose cálido y húmedo. Me latía el corazón como el de un conejo, me costaba respirar. Comencé a ir y volver con mi dedo medio, paladeando los resbaladizos pliegues que dibujaban pétalos de flores paradisíacas hasta hundirlo todo en un tenso surco que no cesaba de lubricarse en sus fluidos; pero algo tocó la yema del dedo, algo puntiagudo que nada tenía que ver con el mullido manjar ¿Era una garra? ¿Un clavo? La mire a los ojos, pero los encontré cerrados, estaba transportada en éxtasis, mordiéndose la boca. Entonces deslicé también el pulgar para hacer las veces de una pinza, y me dispuse a tirar despacito de esa punta de uno o dos centímetros que se sentía un poco curvada y más ancha en su base. Seguí tirando y más al fondo distinguí la cabeza, era un pájaro. Al fin, saliendo de su trance, se dispuso a ayudarme a sacarlo con su mano, ocultábamos a duras penas todo el trámite a los ojos de los demás pasajeros. El bicho intentó moverse recién cuando lo tuvimos por completo afuera. Lo sostuve a la luz y entendí que se trataba de una paloma; una paloma hermosa, con el cuello tornasolado y las patas rojas, pestañeado con toda la cara de plumas de un gris violáceo. Ella me miró, estaba sonrojada y con el pelo apenas revuelto, los ojos le brillaban y me indicó con gestos como agarrar al ave para que no se escape. Lamenté estar llegando a mi parada y le avise al chofer que bajaba en la próxima. En mi oído la sentí susurrando, me pedía que lleve conmigo al animalito, decía que podía atarle un mensaje en la pata, lo que quiera, y la paloma se lo llevaría, así llueva, caiga granizo, o caiga nieve..., como sea; la paloma siempre sabría como volver. La puerta se abrió, y un poco a los empujones logré saltar a la calle helada con el ave entre las manos.

martes, 20 de abril de 2010

Los Pibetos del Agujero Negro presentan "The Master Burger"

Fabio, a los 12 años, haciendo una dura crítica al neoliberalismo. Año 1996.









sábado, 10 de abril de 2010

Manuscritos Lisérgicos

Hace unos años, en 2008, escribí lo que sigue a continuación; en una mañana lisérgica.
Cuando me preguntan por que estoy estudiando en la universidad, a veces cito ese día, un poco jodiendo, pero también un poco en serio.

fAb.








MANUSCRITOS LISÉRGICOS




Pensaba hace minutos. Leer. No entiendo la palabra impresa y ahora lo instantáneo, lo manuscrito pierde su significado también. Denigra el verdadero pensamiento, por la limitación de mi vocabulario. Me doy cuenta lo limitado que soy escribiendo. Lo evidente que se hace esa necesidad de ahorrar vocablos y encerrar conceptos en enormes palabras complicadas, pero sucias y manoseadas intelectualmente. Clicheadas.

INSONDABLES ABISMOS INSORTEABLES

Enormes palabras ¡Innominables! ¡Absolutas!

(...)

¿La psicodelia de los 60's como garabato de la era digital? O ¿la era digital expresando vívidamente la psicodelia?

¿Existe la búsqueda de perfección geométrica de manera innata en nuestro cerebro?

¿Soñaban los antiguos con perfecciones rítmicas?

A ver si me puedo expresar...

Explica todo el ritmo, el hueco y la presencia. La nada y la luz. Unos y ceros, para los opuestos. Para entender, nada más hay que mirar una mancha de aceite en el agua y como cada color alberga todos los colores por un simple impulso rítmico exagerado, expandido, vibraciones, golpes, todo es ritmo, presencia y ausencia. Lo que genera y no el infinito.
Un movimiento aparentemente azaroso encierra infinitas perfecciones que danzan y dibujan geometrías elementales. Una imperfección proyectando un haz de luz deriva a través de la repetición y ritmo, belleza perfecta.

Una suma de imperfecciones rítmicas genera perfección geométrica.

Patrón.

Un patrón son imperfecciones multiplicadas de manera rítmica.

Concepto de ritmo.

La previsibilidad.

Sensación de confort al dominar la forma.

Fractales.

El secreto es que no hay diferencias entre la materia y la energía, todo es vibración. Diferentes vibraciones que generan presencia y ausencia.

Como un organismo básico viral geométrico, el pensamiento deja pequeñas representaciones exactas de sí mismo como residuo que rebota finitamente en el vacío del ritmo. Al encontrar el hueco (imperfección) en su mismo camino encadenado de pensamientos como encastres de belleza, el pensamiento hijo, imperfecto por su individualidad, late rítmicamente hasta reproducirse y caer en el casillero que lo alimenta. Peleando matemáticamente por sobrevivir.

La supervivencia no es un instinto propio del organismo viviente sino que es matemática.

El punto lucha por sobrevivir y existe.

No porque el punto lo desee, sino que la existencia y supervivencia de ese punto, de ese haz de luz y su reproducción y transformación puede ser deducida matemáticamente, independientemente de el grado de conciencia sobre sí mismo que ese punto posea.

El animal no quiere reproducirse, se reproduce.

La perfección y la belleza son ecuaciones resultantes de imperfecciones. Ecuaciones meramente matemáticas.

La belleza del ser humano y su capacidad de autoevaluarse no es resultado de un milagro sino de la matemática. La perfección latiendo rítmicamente y proyectada al infinito al caer en un hueco imperfecto.
Una canica rueda sobre algo recto hasta que la imperfección determina lo perfecto de su individualidad, ahí se desvía multiplicando su caos por el símbolo del error. La canica busca la regularidad, su instinto matemático. La humanidad persigue la perfección de lo recto, lo simple. La uniformidad nos lleva al blanco. La suma de los colores luz. Una cucharada de chocolate no sabe si quiere ser leche, sin embargo girará hasta perder su forma. No había destino, había física.

La complejidad hermosa de lo imperfecto nos lleva a una reproducción sin fin de conceptos y nadas como un virus.

El humano es virus y huésped que se agota en su propia representación. Complejidad tan inconcebible que debe ser catalogada y dividida sin sentido, creando nuevas representaciones de si mismas que al latir rítmicamente generan la perfección.

O la existencia.

La era digital lo representa todo.

La síntesis.

Lo malo como 0 y lo bueno como 1.

Alejándose infinitamente del concepto de recompensa y castigo hasta volver a encontrarlo en la infinidad.

El ritmo del error

La nada no existe sin la existencia.

Por lo tanto el 1 y el 0 son el mismo número, o sea, no es que el 1 sea el 0 y viceversa sino que son inseparables. El 0 no existe sin el 1 ni el 1 sin el 0.

Descansamos cómodamente en la perfección de lo regular, nuestro destino, ser regular. Ser leche chocolatada, ni chocolate ni leche.

Luchamos por no transformarnos así como la inercia hace que el polvo se resista a ser leche.

No está ni bien ni mal relajarse a la uniformidad, bien y mal mueren a este papel. Todo es calculado matemáticamente. La complejidad de la auto percepción es el mismo error que determina nuestro destino y se detiene al agotarse la ecuación y dividirse infinitamente la figura.

El blanco y la nada son el deseo matemático inconsciente que nos conduce a un único destino: la existencia.

Una guerra entre el 1 y el 0 en la que no tiene sentido tomar partido. Al tropezar con el error de la conciencia de la nada y lo errático perfecto de la existencia la paradoja se reproduce hacia el infinito.

Una cámara de video apuntando a su monitor.

El blanco.

La matemática nos representa no de modo esotérico sino básico. Representaciones perfectas ínfimas exactas que se auto generan hasta crearse a escalas superiores infinitamente por lo cual un micro universo es la exacta representación del macro universo y la existencia es el error. Sin error la uniformidad nos llevaría al blanco. El error construye la complejidad emergente, divisible por su réplica a escala.

Sin grumos la masa es masa infinitamente imposible.

La perfección no puede ser explicada a través de su propia complejidad sino en la básica simpleza de una imperfección multiplicada rítmicamente por su propio instinto matemático de supervivencia (luz, vibración).

La luz y la vibración son la simpleza que explica la perfección.
("Nada" que late).

lunes, 4 de enero de 2010

Poema número 56

Colgarte nombres, marcarte,
teñirte de colores,
dibujarte con pintalabios un cachete
y besártelo bajo la parra.

Ensartarme esperándote
y que aparezcas envuelta en nubes,
desdoblada en múltiples personas,
una a la vez o todas juntas,
hablando como loros locos,
soñarte y al despertar
frotarme contra los muebles.

Celarte un poco por costumbre,
porque dicen que es más humano
ser animal.
Y aprendí
un cierto porciento
a curarme como el perro,
a chuparme la herida,
a no mirar...
a no limarme el bocho con tanto
manoseo de las entrañas
que hay que saber discriminar,
no por ignorancia, sino
por importancia.

aunque le yerres.

Me vas a contar
hasta mil
mil uno
me voy a pasear con vos
y no hay nadie con vos,
es domingo.

Ese es mi verano,
vos sos mi verano.

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Y tuvimos que olvidarlo...
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