miércoles, 6 de marzo de 2013



Después de unos años, vuelvo a reactivar el blog. Aquí un trabajo en lapiz sobre un papel de 30 x 21. Ilustración de Hansel & Gretel, para curso de relato gráfico en Sótano Blanco.

martes, 11 de enero de 2011

Empleo, putas, esclavos y mendigos


Dicen que la prostitución fue el primer oficio, yo creo que, de hecho, es el único. Todo “trabajo” es prostitución, es vender el cuerpo a otro, el alma, cuya sustancia se mide en tiempo, vender la libertad, lo único que somos, venderle nuestro todo a la nada de un otro sin rostro. Buscar empleo es buscar quien nos coja por dinero, y agradecemos si lo hace con cuidado. Nos vestimos como putas para la entrevista laboral, para gustarle al gordo calvo que nos mira y nos estudia, nos mira los dientes, nos aprieta los muslos y se moja los labios. Nos entristecemos cuando nos rechazan ¿soy feo? Nos preguntamos mientas contradictoriamente suspiramos aliviados por no haber terminado atrapados en esa red de trata. Tiran nuestro curriculum al ver la foto; nuestra dentadura es buena pero la poca simetría de nuestro rostro no vende; eso es, en definitiva, más importante que los renglones y renglones de mentiras que exponen cuan fieles y leales fuimos a nuestros cafishos previos, otros gordos vestidos de gris, en eso nos aventajan las putas, sus chulos suelen vestir de primera. Debemos mostrar que gozamos mientras trabajamos, sonreír aunque sea de manera falsa, no importa, la sonrisa es una variable que afecta las finanzas de la empresa; no hay sonrisas, no hay nada excepto números.

¿Por qué te angustia tanto buscar trabajo, Fabio? Buscar trabajo es una verga, una pija, y una pija no muerde, tenés que chuparla, ¡nada más! Buscar trabajo no puede dañarte, se trata sólo de pasearte por la plaza mayor encadenado a los clasificados del domingo; con los cachetes maquillados con la sangre de tu propio pulgar pinchado, para que no se note que estás pálido y hambriento, porque el comprador te quiere sano, fuerte. Bueno, decirle comprador es casi un eufemismo, todos sabemos que más de un siglo atrás dejó de ser conveniente comprar un esclavo, esa persona que elegían un día y tenían que mantener de por vida, hasta con el riesgo de llegar a sentir afecto por él, porque se hizo evidente la ventaja de contratar un asalariado autosuficiente y fácilmente reemplazable por otro mejor; por eso tuvieron que mandar a abolir la esclavitud, con ello los que realmente lograron la libertad fueron los Landlords. Pero además y por sobre todas las cosas, fue necesario que los esclavos se volvieran consumidores de la propia mierda que el jefe les mandaba a cagar, pasando de bestias de carga a bestias cropófagas; escarabajos que cagan en Palermo, compran su propia gran bola de bosta y la arrastran hasta Wilde dónde la devoran en un agujero más barato, satisfechos con el digno fruto de su trabajo libre. Ahora una vez más volvió a pasar, el empleado fijo, con sus derechos ganados, ha sido una especie de esclavo al que el empleador estaba atado legalmente, demasiada responsabilidad era. La solución fue abolir esta otra esclavitud y ¡liberar al trabajador de pesados contratos! Flexibilización laboral se llamó esta solución, el equivalente laboral al: te cojo la primera noche y después no te llamo más, arreglate puta, fuiste libre de decirme que no. Si sos una puta fácil podés terminar tu vida repitiendo hasta en sueños “Thank you for calling Motorola”, o con una foto tuya colgada al lado de la caja de un local de comida, dónde exhibís orgulloso el pecho lleno de condecoraciones de plástico ganadas por bastardear a tus compañeros de trabajo hasta el agotamiento; o si sos difícil y “no agarrás” a cualquiera, te señalarán y te dirán “vago”, mal padre, mal hijo, y sobre todo: mal sirviente, digno del estigma del desempleo crónico. ¿Qué pasó en este período de tiempo en el cual según su curriculum usted no trabajó? Preguntará el Human resources con un gesto preocupante, porque ese período es algo peligroso y de connotaciones subversivas ¿Usted dejaría esta empresa si ve una mejor oportunidad? ¿Si acaso no le satisface el sueldo, se iría? La creatividad que necesitamos en la empresa es creatividad en la búsqueda de innovadoras maneras de engañar a las consumidores adormecidos previamente mediante el bombardeo de mierda televisiva y venderle finalmente nuestros inservibles productos, señor, y no creatividad para divertir a sus compañeros, o para dibujar los frutos de su mente retorcida y única en las servilletas del buffet, nadie le pagará para que durante horas de trabajo desperdicie valiosas neuronas al servicio de la corporación en pensar como cambiar el mundo. Sabía usted que, según estudios científicos publicados en un importante paper de la universidad de Michigan, la edad en la que una persona sana deja de pensar en cambiar el mundo son los 19 años y tres meses, y eso ocurre aún antes en el caso de un padre de familia como lo es usted. Su mentalidad es inmadura, señor Pereyra, no es el perfil que buscamos, gracias y buena suerte. Lo que queda es mentir y ser contratado para finalmente volverse un saboteador incansable en las horas que legalmente pertenecen a la empresa, y usarlas para cualquier cosa menos para enriquecer a la firma hasta ser echado y reemplazado, pensando que no era eso lo que querían, cuando en realidad esos temerosos parásitos gozan al encontrar la escusa para lanzar a la calle el carozo masticado de tu carne laboral para poner en tu lugar vacío a cualquier otra puta mentirosa que los entretenga un rato más; pues, al fin y al cabo, la calle es un mar de almas mendicantes dispuestas a humillarse, algunos huelen mal y se arrastran por el piso, otros circulamos un poquito más arriba y nos perfumamos para la entrevista laboral, pero todos parecemos querer revolcarnos en el mismo roñoso y fétido chiquero del microcentro.

domingo, 9 de enero de 2011

Y en el séptimo día...

Los domingos son ese día llamado "libre" que confirma que el resto de los días son días esclavos. En una sociedad libre, todos los días deberían ser libres, ¿o no?

Y quizás es verdad que el domingo no es el día infeliz por mérito propio, sino que es el que paga por el resto de días al dar la oportunidad de que uno reflexione sobre el rumbo de su vida sin distracciones inmediatas dictadas por un jefe apurado. Y, al pasar el largo día con los cercanos, uno descubra tal vez en sus conductas un deseo secreto de hundirte con ellos en la ausencia de propósito de vida de la que no pudieron escapar.

El tedio dominguero, en mi caso personal de ayer, resultó un perfecto caldo de cultivo para conflictos familiares. Las contradicciones adormecidas por la rutina semanal se enfrentan el domingo a cara lavada.


Sabiamente, por tradición se ocupa el día de descanso en ir a la Iglesia, esto es para no cortar con la cadena de anestesia.

sábado, 8 de enero de 2011

Ciudadano canario, año 2006


En el año 2006 intentaba aprender a usar Illustrator. Este es uno de mis pocos intentos de manejar ese programa, manejar con cuidado. En ese momento lo hacía con la idea de ampliar mi lugar en el mercado laboral, pero ¡cómo me cuesta ajustar mis habilidades para que encajen con los deseos de ese dios llamado mercado!, voy a morir pobre, lo sé; sobretodo porque quienes pueden pagarte por dibujar cositas como éstas en Illustrator son las agencias de publicidad y odio la publicidad, no quiero vender tu mierda, no quiero vender nada (pensar que mi título secundario dice "Técnico en publicidad"). Después abandoné el aprendizaje del Illus. No le agarré el yeite para hacerlo entretenido. Mi curriculum miente, dice que sé usarlo.

viernes, 7 de enero de 2011

A partir de hoy, nuevo concepto.

Decidí compartir en un mismo lugar todo lo que se me ocurra mostrar, de todas maneras no es tan abundante mi cofre de creaciones, y al venir todas de mí no deberían resultar demasiado discordantes unas con otras y si es así, pues así soy yo. Así que atrás quedan mis poemas que parecen no querer volver a ocupar mi mente y mi inspiración; los relatos también se tomaron su descanso y daban lástima ahí solitarios en mi último blog abierto. Se han mudado ahora aquí y pronto tendrán también la compañía de mis dibujos cuyo lugar exclusivo es el flickr pero no me parece mal hoy integrarlos.
Este fue un trabajo para no recuerdo que materia de primer o segundo año de la escuela técnica Maipú.

martes, 21 de septiembre de 2010

Yoland

Toda una evolución de millones de años se ha tardado para lograr un acuerdo y conformar en armonía relativa este país, la tierra de Yo, o “Yoland”. Bendita ficción, patria celular, nación molecular nacida del orden en la anarquía ¡Que complicada mitocracia es el yo! Su prehistoria está en las nómades bacterias que formaban sus fortalezas químicas feudales, mitocondrias sometidas a castillos celulares, órganos y sus posteriores sistemas viviendo en comunidades pacíficas para beneficio de sus propios genes.
La organización burocrática necesitó generar consenso; se necesitó educar a las colonias celulares soberanas para aplacar exitosamente tantas subversiones peligrosas. El gobierno cerebral creo una nación plagada de símbolos unificadores que reemplazaran su evidente acefalia, una patria mitocrática llamada “Yoland” inseparable de su gran deidad que a pesar de su inexistencia sintetiza los valores que llevan este país adelante, el dios “Yo”, producción colectiva del conjunto de neuronas.
Engañados sin engaño sobreviven y luchan por su bandera la mayoría de los seres humanos. La incapacidad de poder espiar en la sala real para ver el trono vacío es, paradójicamente, su mismísima fuerza. Pues el premio silencioso delata la inexistencia de todo ente proveedor de recompensa. No hay quien nos espere con la corona de flores y la copa al final de la carrera, no, el premio -si cabe llamarlo así- no es más que generar replicas de Yoland, colonias. El que obtenga placer de tal resultado, tendrá una herramienta extra; el que no, colonizará de todas maneras, sin placer, por ciego mandato de otras células burócratas, o no lo hará, ¿a quién le importa?

miércoles, 21 de julio de 2010

La paloma mensajera



El centro estaba abarrotado de gente, sobre todo gente pequeña, es por este tema de las vacaciones de invierno; las familias con sus niños se amontonan, empujan, y chillan, (agreguemos encima que la gente cuando está abrigada ocupa más lugar) todo se suma al hormiguero que es ya el centro de por sí. Los chiquillos salen de a montones desde abajo de las baldosas y tironean los abrigos de padres aletargados al detenerse frente a los vendedores que pululan las veredas del Luna Park agitando chucherías de Disney princesas, luchando por el paso con los trabajadores que, atraídos por el fenómeno de la hora pico, huyen de sus puestos en bandadas como las ratas frente a la flauta mágica del músico de Hamelin. Yo, como estos otros trabajadores, sólo pensaba en llegar a casa. Para ello debía alcanzar primero la terminal del ciento cincuenta y nueve ahí en el correo, y rezar porque la cola para el ramal dos por acceso no sea tan eterna. Desde lejos todas las filas de personitas que querían tomar el blanquito (así se lo llama cariñosamente al ciento cincuenta y nueve) se veían serpenteando extensas a través de la plaza, era cantado que así sería. Pero había también, para mi alegría, una cola cortita de gente subiendo al B/G (ramal Barrio Gráfico), que de todas maneras me deja bien. Era cortita porque el colectivo ya salía, y estaba que no entraba ni un alfiler, pero así y todo me puse en fila para subir, en una de esas entraba y llegaba más rápido a casa.

Yo ya la había visto subiendo, tenía el pelo largo, negro y tupido, como la crin de una yegua salvaje en un póster de consultorio médico. Cuando se dio vuelta me asusté, era hermosa, pero con cara de mala: ojos negros, pálida y con los labios apretados. Subió, desapareciendo en la multitud y el colectivo empezó a vibrar y moverse, así que me agarré de la baranda y me zambullí en ese pelotero humano. Atrás mío hicieron lo mismo un par de hombres más hasta que, ya con el vehículo en movimiento, el chofer cerró la puerta casi a presión, y así quedé yo apretadito entre varios obreros y directamente enfrentado a ella. No quise mostrarme contento, tampoco enojado con la situación, así que traté de no dibujar expresión alguna en mi cara. Pude notarla sonreír al ver nuestro desesperado intento por alcanzar esos últimos centímetros cúbicos de colectivo. Entonces largué una estupidez: "Al menos no vamos a tener frío", dije, mirando hacia arriba todo el tiempo y su reacción fue soltar un pequeño "jiji" y decir algo en voz demasiado baja para escucharla ¡La había hecho reír! Quizá no era tan mala después de todo.

Viajamos un tramo sin que yo sepa que hacer para no mirarla e incomodarla, pensé en sacar un libro, pero mis manos estaban casi inmóviles sobre el morral. Recién por San Telmo ella comenzó a sacar no sé que cosas del bolso, o a acomodarse el abrigo y me rozó la mano derecha con la suya. Apenas me di cuenta se me puso dura, sin quererlo, quién sabe por qué ¿sería que estaba fantaseando con que ocurriera algo así? Así como llegó, la erección se relajó, fue como un reflejo, una erección de un escolar que es sentado en el mismo pupitre de la compañerita más linda, una erección con olor a cuaderno Gloria. Y de repente siento eso suave y frío otra vez, me había vuelto a tocar; la yegua me estaba provocando, y yo nada, disimulaba perdiendo la mirada en el azul nocturno y las luces amarillas de la autopista que iban desfilando prolijamente a través del vidrio de la puerta. Así, me rozó con sus deditos flacos una y otra vez haciéndome levantar fiebre. Supe que la cosa era intencional cuando me agarró el dedo medio de la mano. Mordí mis labios y seguí mirando hacia afuera. De reojo vi que sonreía mientras me acariciaba la mano derecha que me transpiraba sin tregua, frotaba su manito blanca como buscando calentarse. Cuando me di cuenta, se la estaba llevando hacia abajo del bolso. Un muchacho alto que iba al lado mío estiro el brazo y abrió un poco la ventanilla para que se pueda respirar. Me ponía nervioso pensar que llegara a notar lo empapada en sudor que estaba mi mano y que esto le diera asco, haciendo que se detuviera, pero no se detuvo, no. Se desabrochó disimuladamente unos botones (lo sentí todo al tacto) y acercó mi mano ansiosa a su pubis; éste emanaba un calor sofocante en total contraste con el aire invernal que soplaba afuera del colectivo, en la autopista. En ese momento pensé que me estallaba el cierre, mi erección se había vuelto violenta, volcánica, desnuda de la inocencia anterior. Mientras tanto, con la yema de los dedos sentía la tersa aspereza de sus vellos púbicos e imaginé una fragancia agridulce. Me llevó más abajo, hasta que pude notar la suavidad de su sexo, ofreciéndose cálido y húmedo. Me latía el corazón como el de un conejo, me costaba respirar. Comencé a ir y volver con mi dedo medio, paladeando los resbaladizos pliegues que dibujaban pétalos de flores paradisíacas hasta hundirlo todo en un tenso surco que no cesaba de lubricarse en sus fluidos; pero algo tocó la yema del dedo, algo puntiagudo que nada tenía que ver con el mullido manjar ¿Era una garra? ¿Un clavo? La mire a los ojos, pero los encontré cerrados, estaba transportada en éxtasis, mordiéndose la boca. Entonces deslicé también el pulgar para hacer las veces de una pinza, y me dispuse a tirar despacito de esa punta de uno o dos centímetros que se sentía un poco curvada y más ancha en su base. Seguí tirando y más al fondo distinguí la cabeza, era un pájaro. Al fin, saliendo de su trance, se dispuso a ayudarme a sacarlo con su mano, ocultábamos a duras penas todo el trámite a los ojos de los demás pasajeros. El bicho intentó moverse recién cuando lo tuvimos por completo afuera. Lo sostuve a la luz y entendí que se trataba de una paloma; una paloma hermosa, con el cuello tornasolado y las patas rojas, pestañeado con toda la cara de plumas de un gris violáceo. Ella me miró, estaba sonrojada y con el pelo apenas revuelto, los ojos le brillaban y me indicó con gestos como agarrar al ave para que no se escape. Lamenté estar llegando a mi parada y le avise al chofer que bajaba en la próxima. En mi oído la sentí susurrando, me pedía que lleve conmigo al animalito, decía que podía atarle un mensaje en la pata, lo que quiera, y la paloma se lo llevaría, así llueva, caiga granizo, o caiga nieve..., como sea; la paloma siempre sabría como volver. La puerta se abrió, y un poco a los empujones logré saltar a la calle helada con el ave entre las manos.

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